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domingo, 26 de febrero de 2012

habitaciones privadas






Suena el viejo blues de la nostalgia, se quiebra otra partitura, como si el amor tan sólo fuera un contrato de noticias, como si canjeásemos unos desamparos por otros. O como si acaso fuera el corazón, un lugar pagado por unas horas, donde los mundos se hacen semejantes tan sólo porque los iguala la mediación de una fina pared y el sonido de voces vecinas. Paredes que guardan confidencias, vidas transeúntes, nómadas, que por un instante recorren los pasillos de tu alma, y caminan el mosaico de un tiempo feliz; cíclico y tan efímero que basta retirar las sábanas y las toallas que se impregnaron de ti para citar al olvido y para que el lugar vuelva a ser distante e impersonal. Lugares protectores, intensos, tan sólo en el momento en que alguien los habita, interpretándolos como ésos cometas que son. Banquetes de recuerdos a los que no acudes tú, olvidos reformados. Porque eso es lo que tienen las historias que no se acaban solas, que se exaltan, que se engrandecen y espesan llenas de supuestos y se tornan tal vez mas bellas por lo que no fueron. Paredes huecas... Huecas paredes… que cantan, que bailan. Que cantan… que gritan… y muchas, muchas veces lloran:


“Que empiece la burla de la monogamia para ser polígamos en serie, que las putas sean princesas y las princesas putas de monarcas ciegos, que más da, entre todos los naipes siempre hay una reina de corazones.”



©® Susana Inés Nicolini
RNPI 120112

jueves, 9 de febrero de 2012

todas las voces





El día ha abdicado.
Entre nubes y viento, la luz
aun se debate.
En el jardín hay un anochecer
entre verdes y oros,
las nubes se han vuelto carmesí,
fucsia, ciclamen…
El mar se distancia.
Los pájaros pasan, vibrando,
ante la despedida del sol,
abriendo otras fronteras.
Si la soledad ensuciara
no habría forma de lavarla.
Esta puesta no se previó 
para la compañía.
Nunca nadie, delante de ella,
ha tomado la mano de alguien,
en un atardecer o en una noche
fría y clara, de luna llena.
Los membrillos aun están en flor,
los naranjos ya no compiten con ellos.
Los de mis espaldas trepan
la sierra muda y alta.
Los de delante se esparcen
sobre las débiles olas,
y deslumbran de riqueza,
rozados por el moribundo día.
Sobre la mesa una jarra  con alelíes,
lirios, y verbenas, y el aroma
lúcido del clavo de olor y del romero.
Por las ventanas entran también,
a oleadas,
más aromas del jardín,
morados todos,
pero de tantos matices.
La noche se esparce morena y dulce,
sobre las zarzas y las granadillas
Frente a la tarde larga,
el alma es la memoria.
Qué confuso es el aire del ayer.
Qué desolador y cómo pesa.
Busco un recuerdo para deshacerme
de el, pero no encuentro.
Nada ha cambiado,
pero el amor no está,
y no está el hombre.
Ya no hay pan,
ni vino,
ni hambre.
Y como siempre, todo
el amor lleva
la carga de las ánimas
que suben en la hora más azul
por la cuesta escarpada
de las madrugadas.