En soplo mortal, ésta noche,
los brujos y notarios
han exiliado al ángel de
ternura
y bebido en el vértigo del averno,
donde la luz se abisma
y se recogen seres del frío.
En éste amanecer que no
amanece,
con el invierno en la
sangre,
su oración enciende
la antorcha de los crímenes,
para que su boca gris
despoje a la niña vestida de
lujuria,
blasfemada la inocencia,
concediendo el espejo de
lápidas
para matar a pálidas
muñecas.
Han volado la arena de las
playas,
han pulido las piedras de tus
alas,
tu voz se ha poblado de
ausencias,
y esa tristeza lila que se
expande
cual anémica serpiente de la
noche,
como ramera que se niega
a las palabras
te bautizó, con un grito,
en el templo del silencio,
porque éste mundo no
entiende
de piedades
y alguien ha puesto precio
(tres monedas)
al puño dulce de tus besos
y al altar de tus sábanas
quebradas.