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viernes, 26 de octubre de 2012

sentidos






El ardido negro, dentro el Sol quemaba. Muertos mis ojos, una cruel ciénaga se reflejaba debajo de mis pies.
Sentía como me deslizaba en un terreno tumefacto con siniestra simpleza.
La idea de pronunciar una sola palabra me heló. Quizá no debía esperar transmitir ninguna sensación, más que la repugnancia del silencio absoluto de esa estéril inmensidad: la mente humana.
La completa uniformidad de
l paisaje: nada alcanzaba a oírse, nada se veía, salvo una vasta extensión de terror nauseabundo.
¿Me encontraría en el borde del mundo?
Decidí dormir poco esa noche, dispuesto a internarme en el fondo de lo onírico.
La joroba de la luna resultó estar mucho más cerca de mí que lo esperado. Su contacto helado me despertó. Ese sudor frío de siempre me acometió nuevamente. Mis imprudentes ruinas, guiadas por el caos inconsciente, me relevaron de una nueva tumba.
Entré en terror mezclando recuerdos de mi paraíso perdido y el pasaje tenebroso hasta la vida. Luego la luz y el grito.
A partir de ese momento, regiones confusas de memoria y visiones recortaron mis minutos, uno a uno. Ahora volaba sobre la punta del risco, o al menos trataba, nuevamente, de desplegar mis alas.
¿Quien era yo?
Una voz profunda y vigorosa se abatía sobre mis recuerdos, expulsándome de aquella tierra intuida.
¿Quien era yo?

Súbitamente, del centro del paisaje, surgió una cara de enormes proporciones. Una cara perfectamente tallada con marcas desconocidos.
Ya casi terminamos, escuché decir, antes de que mi brotara un sonido inusual; potente señal acústica que aturde… aturde y acobarda como una odisea, como un aborto.

©® Susana Inés Nicolini
(Todos los derechos reservados)

sábado, 13 de octubre de 2012

XII



Aun quedan algunos
propietarios del silencio
mezclados con los ecos
de los que repican al aire
su voz más formidable;
verdades de los ahogados
trágicamente insepultas.
A veces encuentran trincheras
en los muros de sus casas,
dividiendo la mitomanía colectiva
de las sombras anudadas
a las esquinas,
como si vivir fuera
una batalla eterna.
Sorpresa la de éste mundo
del que desconfían los humanos
y en el que las miserias
azotan el horizonte.
Como peregrinos tristes
o al menos, muy cansados,
van los hombres detrás de
sus dioses, alabando
promesas que ya no creen.
Sorpresa de la éste mundo
donde
llorar, reír, es sólo un instante
para los caídos,
para los que noche a noche
rodamos
ente el hades y el olimpo.


RNPI de Susana Inés Nicolini
(Todos los Derechos Reservados)

jueves, 11 de octubre de 2012

gitanos







Ramas de zarza, semillas de ciprés, una lágrima fresca de jazmín, un haz de luz de luna, un beso del amanecer, algunas briznas de escarcha, varios copos de sol, cinco acordes de guitarra, un brinco de algún dios, siete miradas de lobo, una pizca de sombra de mago, tus manos en cuenco, mis ojos en los tuyos y ya está lista la pócima…
Hoy tengo gitanos en mi almohada.



©® Susana Inés Nicolini
(Derechos Reservados)

lunes, 8 de octubre de 2012

"como la luna"



Es sensible al aullido de los lobos,
y a los taxis,
su amor por la noche,
inevitable,
y su amistad con las estrellas,
eterna.
Quisiera tener una heredera,
una impostora,
una discípula creada a su imagen
y semejanza;
alguien que guarde el desvelo
y dignifique su esplendor.
Que sepa tanto como ella
de seducción y de soledad.
Que tenga tanto de cisne
como la erguida belleza de
sus claros.
Que pueda narrar historias
sobre los jardines del edén
y las puertas del hades.
Que continúe su estirpe
enamorando a los torpes,
fértiles para la sinrazón
del amor en los poemas.
Y permitirle dormir y soñar
con sueños propios,
rodar sobre las calles vacías,
desaparecer en el río,
correr libre por el cielo
como una niña
(como la que fue)
jugando con las brujas,
y viajar una y otra vez,
desnuda
volviendo a ser el amuleto de agua
entre los pescadores,
los faros, los artistas,
los besos de los amantes,
y las lluvias frías que calman
la sed del verano.

Un saxo tenor derrama
parte de sus secretos en su paseo,
y ella ríe sobre el Río de la Plata
hasta alborotarlo, sabiendo
que volverá a vestirse de seda
y quedarse en las altas
torres del silencio, porque
es lo que está mandado.

Los hombres le han cantado
desde hace milenios.
Fueron tantos. Si pudiera
recordar al menos
en particular a uno,
a ese que la dejó bajar por
una calle de Buenos Aires
rodando…
Si pudiera recordarlo,
y volver a bailar y bailar,
con el alma tranquila
y dulce, llena de una balada.

Bailar y bailar emocionándose,
hasta caer muerta sobre el púrpura
de los patios
incendiados de pasión,
y volverse loca, otra vez…
loca…loca…

©® Susana Inés Nicolini
(Todos los derechos reservados)