Sobre el
oscuro banco de almendro,
donde
alguna vez
juraron dos
amantes
ha muerto
un hombre,
herido de
amor y de miseria.
Desde el
blanco y el negro
de las
letras
cuentan que
sus sueños
se
escaparon
en
imposible visión
como un
pájaro lento.
Un desconocido
más
que huele a
restos de incienso
y a un
blasfemo amén
que no
cumplió
su redentora promesa.
Uno más que
no tuvo
dónde
asirse
expulsado
de las nupcias
con el
cielo.
Uno más,
con las
venas secas,
y pálidas
yéndose
hacia la
sutil
fragancia
del abismo.
Estéril
salario de los mártires,
que corren
por túneles
sembrados
de garras
invisibles,
sin ropa y
sin aura,
que
nacieron sin beatitud
ni
condescendencia;
porque
hasta los dioses
necesitan
desatar sus
vientos,
mintiéndonos.