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miércoles, 11 de abril de 2012

alas de barro







En el vértice de la sombra
se había quedado
ese amor, lejos, dormido,
frente a los santos de su alcoba.

Ahora, una mirada distinta,
con un gesto más frío
acunaba al crucificado,
transeúnte de su almohada.

A la sombra del viento
como un sortilegio,
el temporal nuevo
de tu piel rogaba
a la cruz y la aldaba,
al claustro empedrado,
al libro ajado, áspero y sagrado.

Ni látigos, ni pinchos, ni todo el ayuno,
pudieron escarmentar tu cuerpo
ni enmudecer su comunión.

Era un arma mortífera
su boca y su caricia,
la sábana cálida y crujiente,
y el aroma a pan de maíz
por la mañana.

Era un presagio
su toca y su camisón joven, y
tus ojales mansos, desterrándose,
entre los dedos largos.

Era una larga pena, la pena
del dios de sus antepasados,
y la oración trashumante
que implora de boca en boca,
y ata con cuerdas sus manos.

Era una condena,
lo sabias,
y tus alas sólo barro.


©® y RNPI de Susana Inés Nicolini