Mis
palabras naufragaron
en la
puerta clausurada
de sus
ojos.
Entonces
los míos fueron
espejos
abiertos a la sal
del llanto.
Los
espacios se diluyeron,
y aspiré el
horror
de
nombrarlos en silencio.
La innúmera
arena
(tal decía
Borges)
fue la
imagen de una playa
irremediable.
Y partí,
a pesar de
todo
partí…
Atravesando
esa lluvia
de
jacarandá
bajo la
turbia mirada de
un sol, tan
alto en su piedad,
y tan
callado e invisible
en el
sollozo,
hasta
perder tu fulgor irreductible
en el
horizonte;
tu peregrina
lucidez,
tu
vacilación,
y ese adiós
tendido en la piel
como un
brujo oscuro.
No es
sencillo huir de ti
mi Buenos
Aires.
La
nostalgia anuda la garganta
de todos
tus herederos,
y un tango
se cuela entre las alas
dónde se
funda tu
incompresible
paraíso.
No es
sencillo huir de ti
mi Buenos
Aires,
ni de tu extravangante locura
que nos
envenena
y nos
enamora.
Dicen tus
dioses que eres
la dósis de
horror y de embrujo
que
necesita todo mortal
para
sentirse vivo.
A decir
verdad, no lo sé,
o acaso no
termino de creerlo.
Mas somos
dulces rehenes
del rubor
de tu arcoiris, cuando
el rocío,
que te torna tan
verde, se
vuelve monje de humo.
Pero por
sobre todo
eres las
formas del amor
arrinconado
más allá de
la rompiente azul
que
encierra todas las melancolías
de los que
te estamos destinados.