Oh
luz temporal, ambigua,
no
te pedí que entraras
a
mi vida. No te pedí,
tampoco,
que tu rostro
decline,
ahora, hacia el
duelo
de los ocres,
porque sí,
porque
te asustas.
Una
línea escrita,
ingenuamente,
trazó
la ruta del encuentro,
quizá
porque hacía
un
frío silencioso,
y
los recuerdos eran como un eco:
musgo
en la boca,
hiedra
en las manos.
Hoy
giras en torno
al
umbral de muchas voces;
lo
sé. Siempre lo supe.
Mas
jugué a ser dulce rehén
de
probables emboscadas.
El
valle de las nueces
y
el cansancio
dejó
de dar frutos comestibles.
Todo
llega. Todo pasa.
Y
hoy los dedos están hurgando
tus
lúgubres vasijas,
sólo
para entregar, cumplidas,
tus
mismas profecías.
Nunca
creíste, de verdad,
nunca
creíste
en
ese sueño recurrente,
pero
me nombraste y llegué,
mujer,
amor, puñal del alba,
trayendo
ráfagas e insomnio,
pupilas
de aire tras las puertas,
filo
del sol,
perfil
del viento…
E
igual mentiste, varón,
que
con sólo un desfiladero
de
palabras, pretendías, incitar
al
delirio los molinos.
Te
advierto, hombre fatuo,
que
el imán del viento sopló
ya
en mi oído,
y
con las lágrimas de ésta primavera,
te
supe mendaz y más ajeno.
Trenza profana de la muerte,
vano
timonel en barco fugitivo,
por
unas horas fuiste un dios
sin
entenderlo…